lunes, 27 de mayo de 2019

consigna de teóricos: FOCALIZACION

Lea el cuento y analice el tipo de focalización. Escriba un texto breve en el que

1. Parta de una afirmación en la que usted enuncie cuál es para  usted el tema del cuento.
2 Fundamente esa afirmación: 

Resuma en no más de dos líneas  la historia 
Defina el típo de focalización que aparece en el  cuento y el concepto de focalización según GGenette . Indique también típo de narrador. 
Ejemplifique la focalización con algun fragmento del cuento ( cita textual) indicando por qué lo elige ( por qué da cuenta de la  focalización)
Vuelva a la afirmación para señalar por qué la focalización sostiene el tema, contribuye a construir el sentido del cuento.


EL VIAJE OLVIDADO
SILVINA OCAMPO


Quería acordarse del día en que había nacido y fruncía tanto las cejas que a cada instante las personas grandes la interrumpían para que desa­rrugara la frente. Por eso no podía nunca llegar hasta el recuerdo de su na­cimiento.
Los chicos antes de nacer estaban almacenados en una gran tienda en Pa­rís, las madres los encargaban, y a veces iban ellas mismas a comprarlos. Hu­biera deseado ver desenvolver el paquete, y abrir la caja donde venían en­vueltos los bebés, pero nunca la habían llamado a tiempo en las casas de los recién nacidos. Llegaban todos achicharrados del viaje, no podían respirar bien dentro de la caja, y por eso estaban tan colorados y lloraban incesante­mente, enrulando los dedos de los pies.
Pero ella había nacido una mañana en Palermo haciendo nidos para los pájaros. No recordaba haber salido de su casa aquel día, tenía la sensación de haber hecho un viaje sin automóvil ni coche, un viaje lleno de sombras mis­teriosas y de haberse despertado en un camino de árboles con olor a casuarinas donde se encontró de repente haciendo nidos para los pájaros. Los ojos de Micaela, su niñera, la seguían como dos guardianes. La construcción de los nidos no era fácil; eran de varios cuartos: tenía que haber dormitorio y cocina.
Al día siguiente, cuando volvió a Palermo, buscaba los nidos en el cami­no de casuarinas. No quedaba ninguno. Estaba a punto de llorar cuando la niñera le dijo: "Los pajaritos se han llevado los nidos sobre los árboles, por eso están tan contentos esta mañana". Pero su hermana, que tenía cruelmen­te tres años más que ella, se rió, le señaló con su guante de hilo el jardinero de Palermo que tenía un ojo tuerto y que barría la calle con una escoba de ra­mas grises. Junto con las hojas muertas barría el último nido. Y ella, en ese momento sintió ganas de lanzar, como si oyera el ruido de las hamacas del jardín de su casa.
Y después, el tiempo había pasado desde aquel día alejándola desespe­radamente de su nacimiento. Cada recuerdo era otra chiquita distinta, pero que llevaba su mismo rostro. Cada año que cumplía estiraba la ronda de chi­cas que no se alcanzaban las manos alrededor de ella.
Hasta que un día jugando en el cuarto de estudio, la hija del chauffeur francés le dijo con palabras atroces, llenas de sangre: "Los chicos que nacen no vienen de París" y mirando a todos lados para ver si las puertas escucha­ban dijo despacito, más fuerte que si hubiera sido fuerte: "Los chicos están dentro de las barrigas de las madres y cuando nacen salen del ombligo", y no sé qué otras palabras oscuras como pecados habían brotado de la boca de Germaine, que ni siquiera palideció al decirlas.
Entonces empezaron a nacer chicos por todas partes. Nunca habían na­cido tantos chicos en la familia. Las mujeres llevaban enormes globos en las barrigas y cada vez que las personas grandes hablaban de algún bebito recién nacido, un fuego intenso se le derramaba por toda la cara, y le hacía agachar la cabeza buscando algo en el suelo, un anillo, un pañuelo que no se había caído. Y todos los ojos se tornaban hacia ella como faroles iluminando su vergüenza.
Una mañana, recién salida del baño, mirando la flor del desagüe mien­tras la niñera la secaba envolviéndola en la toalla, le confió a Micaela su ho­rrible secreto, riéndose. La niñera se enojó mucho y volvió a asegurarle que los bebes venían de París. Sintió un pequeño alivio.
Pero cuando la noche llegaba, una angustia mezclada con los ruidos de la calle subía por todo su cuerpo. No podía dormirse de noche aunque su madre la besara muchas veces antes de irse al teatro. Los besos se habían desvirtuado.
Y fue después de muchos días y de muchas horas largas y negras en el re­loj enorme de la cocina, en los corredores desiertos de la casa, detrás de las puertas llenas de personas grandes secreteándose, cuando su madre la sen­tó sobre sus faldas en su cuarto de vestir y le dijo que los chicos no venían de París. Le habló de flores, le habló de pájaros; y todo eso se mezclaba a los secretos horribles de Germaine. Pero ella sostuvo desesperadamente que los chicos venían de París.
Un momento después, cuando su madre dijo que iba a abrir la ventana y la abrió, el rostro de su madre había cambiado totalmente debajo del som­brero con plumas: era una señora que estaba de visita en su casa. La ventana quedaba más cerrada que antes, y cuando dijo su madre que el sol estaba lin­dísimo, vio el cielo negro de la noche donde no cantaba un solo pájaro.